Hoy, domingo, se me ha venido a la mente otra historia de estas maravillosas que se viven paseando por la calle. Para ser más precisos, en la estación de Sol del metro de Madrid, un domingo por la mañana.
Al bajarme del tren, me sorprendió ver cómo corría todo el mundo, como hormigas dentro de un hormiguero, a pesar de ser domingo por la mañana. Tuve un primer recuerdo para Momo y su tortuga Casiopea. Después recordé un trabajo que había leído recientemente sobre ACO (Ant Colony Optimization).
Yo no tenía prisa, estaba sola en la ciudad y no me esperaba nadie. Así que me acerqué al máximo a la derecha y seguí caminando despacio, sin dejarme arrastrar por el ritmo de la gran ciudad, que yo soy muy de pueblo.
Cuando ya estaba llegando a la zona central de la estación, empecé a escuchar una triste melodía tocada por un violín. Creí adivinar que se trataba de Gloomy Sunday, la canción del suicidio, que me parece preciosa.
Bueno, eso no era nada extraño, es normal escuchar música en las estaciones de metro, era "sunday" y estaba lloviendo. Sonaba bien, muy bien, eso es verdad. No puse ni mucho ni poco interés en la música. Estaba allí, como yo.
Pero al irme acercando al sitio de donde venía la melodía, mis pasos se ralentizaron poco a poco, hasta quedarme clavada, inmóvil, frente al violinista. Más precisamente, frente a él y, no sé si su esposa, pero sí su amada.
Él llevaba una camisa con muchísimos lavados, pero tan bien planchada que inspiraba ternura imaginar las manos que con cuidado la colocaría y estiraría sobre la tabla de planchar. La corbata, perfectamente anudada. Debe tener alrededor de 70 años. Fue y es guapo, pelo blanco, escaso, ojos muy claros, risueños.
Ella está sentada junto a él, puede que tenga la misma edad, ojos muy, muy claros, piel de porcelana. Va vestida de domingo con un vestido estampado, que podría haber sido comprado en una tienda de segunda mano de la calle Riera Baixa de Barcelona. Pero prefiero pensar, y estoy segura de que siempre fue suyo, y de que han sido sus manos las que lo han cuidado. Tiene unas bellas manos, manchadas por el paso del tiempo. Seguro que huelen muy bien. Está tejiendo con dos agujas de punto y lana de color gris. ¿Un jersey para él? No lo sé, pero envidio por un momento a la persona que llevará esa prenda tejida en esta escena.
Él toca, ella teje. Casi nadie se para. Algunos dejan monedas en la funda del violín, casi en carrera, sin pararse. Todo es normal. Es una escena cualquiera de músico que toca en el metro. Pero entonces ella levanta la cabeza de su labor y lo mira. Él lo intuye y se gira suavemente, sin dejar de tocar, para mirarla a ella. Se sonríen con complicidad, con infinita dulzura, son esas sonrisas que hacen cosquillas en el ombligo.
En ese instante, dejo de grabar la escena, me siento intrusa y entrometida. He entrado en una escena de amor a la que no me habían invitado. La gente sigue pasando, rápido, la mayoría, alegre, es domingo. Ellos siguen cada uno a lo suyo y ese intercambio de miradas se sigue produciendo, de vez en cuando, perfectamente sincronizado. Él le guiña el ojo a veces, muy sutilmente, imagino que cuando toca la parte favorita de su amada, que sonríe, como una adolescente a la que su chico le roza por primera vez la mejilla con el dorso de la mano.
Paso tanto rato allí que inevitablemente se percatan de mi presencia, de mi cara de boba mirándolos. Él me mira, hace una cómica reverencia y ella, cómicamente, resopla, simulando un cansancio que sé que no tiene.
Me acerco a dejar algo por la música y ellos me lo agradecen con una sonrisa y me voy. No puedo dejar de imaginar una historia de exilio de su país al Este de Europa, historia de emigración y huída, de miedos y esperanzas, de llantos y música, de lucha y alegría, pero, sobre todo, de amor.
Salgo a la calle. Llueve. Mejor. Así no se nota que estoy llorando.
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La canción se compuso en un pequeño restaurante de Budapest, de nombre Kispipa. Cada noche, alguien la toca en el piano de ese restaurante.
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La canción se compuso en un pequeño restaurante de Budapest, de nombre Kispipa. Cada noche, alguien la toca en el piano de ese restaurante.
Tuvimos la oportunidad de oírla en directo, cuando cenamos allí celebrando uno de nuestros aniversarios de boda.
Os dejo la versión de Billie Holiday, que es una de las más conocidas.
Una historia muy bonita,... pero sobre todo porque tú la cuentas muy bonita. Muacksss
ResponderEliminarGracias, Susana :)
ResponderEliminarHola Clarita,
ResponderEliminartu historia me ha parecido completamente enternecedora. Me ha recordado a otra que me muero de ganas de compartir contigo.
Yo iba en tren, camino de Córdoba, que había quedado con tres locas a las que quería ver con todas mis fuerzas.
Frente a mi, sentados una pareja de señores mayores. Ella, dormitaba apoyada en el hombro de él, pese a la comodidad de los asientos VIP del Ave, imagino que por el placer de sentir su respiración acompasada. Él leía un periódico que ahora mismo no recuerdo. Sí recuerdo su sonrisa. También recuerdo que de vez en cuando levantaba la vista del periódico para mirarla.
Esa fue para mi la imagen más tierna del mundo, una imagen de amor puro, de dulzura extrema...
Espero que te emocione tanto como a mi me ha emocionado tu historia.
Un besote,
Laura
Pues sí, Laura, aquí estoy llorando, como una tonta, porque me recordaste otra historia. Pero esa ya te la contaré en persona.
ResponderEliminarQué bien que escribe Ud. Claragrima siendo ... matemática.
ResponderEliminar=D
No woman, no cry
ResponderEliminar@Jose Antonio Quirós Serna
ResponderEliminarMuchísimas gracias, señor escéptico. Es un honor :)
@zifra
ResponderEliminarEn este caso, era de emoción y alegría.
Espero impaciente tu historia...
ResponderEliminarMe alegro de haberte hecho llorar de emoción... :))
Un beso enorme, princesa.
Una historia así, contada con la ternura que te caracteriza, no podía tener otros efectos que los que ha tenido en mi al leerla. Muchas gracias, niña!
ResponderEliminar@Pierrot Seraphita
ResponderEliminarA ti. Por pasear por aquí y leerme con tan buenos ojos.
Lo mejor de este relato es, al leerlo, poder sentir tu dulce voz, tus acompasados gestos e imaginar besar ese lágrima que corre por la delicada piel, deteniéndose en una de tus mejillas. Perdona mi egoísta atrevimiento.
ResponderEliminar@@tractocado
ResponderEliminar¿Prdón? Gracias a ti por ese beso recogiendo mi lagrima.
Gracias, Clara, por provocar esos comentarios... dicen que la ternura vive y nos tiene que animar a seguir viviendo.
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