domingo, 20 de marzo de 2011

Las 7 vidas del abuelo Grima






"-Papá, ¿tú me quieres?
-No.
-¿Por qué?
-Porque yo no tengo tiempo para esas cosas."

No, no es un diálogo extraído de ningún capítulo de House ni de Padre de Familia. Era, y sigue siendo, una de las formas favoritas de mi padre para cabrearme. A mí y a mis hermanos. Creo que nunca hemos conseguido que responda que sí, aunque nos consta que lo hace, con devoción y locura.

Mi abuelo Grima era el padre de mi padre. Ahora, por inducción, mis hijos y mis sobrinos llaman abuelo Grima a mi padre.

Mi abuelo Grima se llamaba Máximo, aunque él nunca lo supo. Se murió pensando que se llamaba Paco pero cuando sus familiares trataron de arreglar el papeleo, descubrieron que aparecía inscrito como Máximo Grima. Nadie en mi familia, que yo sepa, lleva ese nombre, el verdadero nombre del abuelo, aunque sí tenemos nuestros Pacos. 

Por esta razón, cuando todavía rondaba por mi cabeza la posibilidad de tener otro hijo, le propuse a mi santo que si era varón, se llamaría Máximo, que es el nombre del abuelo y además ¡¡tela de apropiado para el hijo de dos matemáticos!! 

Mi querido esposo se negó en rotundo, alegando que si el niño heredaba la talla del padre se ganaría muchas collejas en el instituto y el apodo de Mínimo. Por ésta y otras razones, nos quedamos sólo con nuestro gafotas y nuestro filósofo. 

Pero esta entrada no está dedicada a mi abuelo Grima (DEP) sino a mi padre, ese señor, del que yo heredé el carácter: serio, discreto, callado, tímido... como yo, vamos. No, en serio, él sí es así. Y trabajador, luchador, honesto y muy, muy generoso. 

Con mi padre y su única nieta.


Pero, como le decimos nosotros, también es "mu" seco:

"-Papá, ¿viste mis notas?
-Sí.
-¿Cómo están?
-Bien.
-¿Bien? ¡Saqué 10 en todo! ¿Qué me vas a regalar?
-Lo mismo que me regalan a mí cuando llego todas las mañanas a mi puesto a mi hora."

Luego siempre nos caía algo, era sólo fachada.

Ayer era el día de los padres y en el coche, camino de la playa, me puse a pensar en él, en las cosas que me gustan de mi padre. Y recordé una historia asociada a un viaje mío a Japón (también bastante en portada, desgraciadamente), pero sobre todo, asociada a la inmensa generosidad, ya mencionada, de este señor.

Era Junio de 2007 y mi marido y yo teníamos planeado viajar hasta Japón para asistir a la KyotoCGGT2007. Era la primera vez que iba a visitar el país del sol naciente y era evidente para toda mi familia, (padres, hermanos, sobrinos) que estaba excitadísima con la idea. 




Y como la niña no es novelera y caprichosa...


Para ello, necesitaba (y contaba con  ella) la colaboración de todos ellos. Nuestros dos hijos se quedan en casa de mis padres y mis hermanos prestan toda la ayuda que pueden  (tareas, parque, cine, fútbol, etc...)

La tarde antes de nuestro viaje la pasé yendo y viniendo a casa de mis padres, dejando cosas para que mis hijos se mudaran con ellos 2 semanas. Mi madre y yo lo organizábamos todo con alegría. Yo hacía "chistes" pidiendo que no me dieran ninguna sorpresa del tipo de la de Rocío al llegar, en fin, todo era casi una fiesta... Me iba a Japón y era casi un sueño.

Mi padre aquella tarde trabajaba en su empresa y le tocaba reparar una pala a la que se le había fastidiado el sistema hidraúlico.  


Por alguna causa, falló el sistema de calzado de la pala  mientras mi padre estaba debajo y la pala, que pesa más de 2 toneladas, comenzó a aplastar a mi padre contra el suelo. Mi padre cuenta la historia con más comicidad que dramatismo aunque parezca increíble. 

"Sabía que me estaba muriendo, y me acordé de cuando era pequeño, cuando empecé a trabajar, de mis hermanos cuando éramos muchachos..." 

Mientras todo eso ocurría lentamente sus compañeros hicieron lo lógico en esos casos: 

"Uno se desmayó, la madre que lo parió, como si le hubiera caído a él la pala. El otro, se puso a dar gritos de 'Dios mío, Dios mío' corriendo como un loco, dando vueltas alrededor, con los ojos en blanco: otro que también vale pa un descosío..." 

Afortunadamente aún quedaron algunos que intentaron hacer palanca con todo lo que encontraban para tratar de levantar la pala. No podían moverla, ni un milímetro. El tiempo se agotaba. 

En ese momento, Miguel (al que llaman Miguelito sus compañeros y SuperMiguel mis hermanos y yo con devoción y agradecimiento), que no es conductor de palas, buscó y encontró (cosa milagrosa, según mi padre) las llaves de otra pala similar, la puso en marcha, y, mientras el desmayao convulsionaba y el Forrest Gump de La Algaba seguía gritando y pidiendo ayuda a quién no iba a ayudar a mi padre,  Miguel, perdón, SuperMiguel, consiguió usarla para liberar a mi padre de la que reposaba en su pecho y que, en aquel momento, ya no le permitía respirar. 

Llegó la ambulancia, atendió al del desmayo y a un par de compañeros más, en estado de shock, y, con extrema delicadeza, depositaron a mi padre en la ambulancia sin saber la gravedad del aplastamiento. 

Mi padre, tan seriote como el de Amaral,  casi sin poder moverse, estaba machacado, pidió que le dieran su teléfono que estaba en el bolsillo de su pantalón e hizo dos llamadas: la primera a mi madre:

-Niña, esta noche no voy a dormir a casa. Hay follón en las obras del metro y tengo que mirar una excavadora.

La siguiente a mi hermano mayor:

-Me llevan a la UCI del hospital. Que no se entere tu madre ni tus hermanos sino tu hermana Clari no se irá mañana a Japón.

Su Clari fue a Japón

Mis dos hermanos mayores y mi hermano pequeño, el que nos trae y nos lleva al aeropuerto, pasaron la noche en el hospital. Mis niños durmieron en casa de mis padres. A las 5 de la mañana mi hermano pequeño nos recogió en casa para llevarnos a nuestro viaje. Estaba muy, muy serio.

"-¿Qué te pasa, David?
-Nada, tengo sueño.
-Ay, hijo, perdona.
-No te preocupes, Pon."


Nos llevó al aeropuerto sin mencionar palabra del asunto y nos fuimos a Japón. Mi padre salió a los dos días del hospital, más magullado que nadie, pero bien. Yo no supe nada de esta historia hasta meses después, cuando a alguien se le escapó alguna referencia a SuperMiguel, el rescatador. 

"-¿Por qué no me dijisteis nada?
-Porque tenías muchas ganas de ir a Japón y además tú no eras la que tenías que curar a tu padre, ¿no? Pues, ea, se acabó."

Con mis padres y mi hermana mayor.


Creo que a partir de aquí ya os habéis creído que mi padre es tan generoso como os había anunciado y yo creo que, diga lo que diga, sí que me quiere.


Dos de mis Salvadores.


Mi hijo mayor lleva su nombre, en parte porque me gusta y sobre todo como homenaje y agradecimiento.


Salvador y el abuelo Salvador


El título de esta entrada hace alusión a ésta y a las mil ocasiones que el abuelo Grima (mi padre) ha tenido para espicharla y, afortunadamente, no lo ha hecho. Y es que mi padre, lo digo ahora que ya está jubilado, debe ser la persona que mejor conoce la normativa vigente sobre Seguridad en el Trabajo porque se las saltaba todas, ¡sin dejar ni una! 

Esta lista de accidentes incluiría: descargas eléctricas de alto voltaje, caídas libres a pozos vacíos, parada con la cabeza de una compuerta metálica de un camión hormigonera, etc... Hasta dos tricoleucemias, una antes y otra justo después de la "aventura" de Rocío. Parecía que nos habíamos ido a vivir a la planta de Hematología del Hospital Virgen del Rocío. 

  
Con mis padres y mis hermanos, de viaje tras su remisión completa, cumpliendo una promesa de mi tía, pero eso es para otra entrada completa, casi. Mi gafotas está en la foto, aunque escondido en mi tripa :) 

Pero ahí está el Grima. Si es que...

Estoy deseando que mi padre lea esto para preguntarle y que me diga que no le gusta, porque estoy segura de que sí, le gustará y de que le temblará la barbilla mientras lo lee.

Te quiero, Papá. Feliz día del padre