En un lugar de la Alameda de cuyo nombre no quiero olvidarme, no ha mucho que bebían unos amigos. Y se reían, cantaban, fumaban, flirteaban...
Foto de Zifra |
Casi todos nos conocíamos y nos alegrábamos de vernos, aunque muchas veces no supiéramos nuestros nombres, ¿y qué más daba?
Cuando yo lo descubrí, era Antonio el que estaba detrás de la barra, un tabernero nada especial muy especial. Te contaba mil veces la misma historia. a veces, no hablaba, sólo sonreía con la mirada perdida en algún mundo que nadie conocía.
No respetaba ningún horario de apertura. Básicamente abría cuando le apetecía y nadie rechistaba, ni perdía clientes. Siempre revoloteábamos esperando ver levantar la persiana.
«¿Quieres gambas con la caña?» Y con una sonrisa traviesa y los ojos medio cerrados como dos 'puñalás' en un cartón, te ponía un plato de altramuces.
Sentarse solo a la barra del Antonio tenía la ventaja de escuchar diálogos especiales:
«—Una cerveza.
—A mí, una fanta de limón.
—¿Sin 'ná'? Qué asco, tío...
—Deja, deja, que yo sólo bebo cuando trabajo.»
O encontrarte a los vecinos de arriba, muy, muy jubilados, él con el pantalón del pijama, ella con rulos y bata, tomándose un vinito antes de irse a dormir.
Por tener teníamos hasta nuestro YIR (el yonqui residente, como le llamaba mi amigo Zifra). Si le invitabas a algo, tenías flamenco asegurado toda la noche.
Hasta donde yo sé, era uno de los pocos bares de Sevilla en los que, espontáneamente, alguien pedía la guitarra y se ponía a cantar: rumba, Triana, Silvio, Beattles, Bob Dylan... y todos los demás acompañaban o, al menos, lo intentábamos.
Teníamos guitarra española y también guitarra eléctrica.
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También tenía su concurso internacional de relato ultracorto...
Era nuestro bar, el lugar a donde siempre queríamos volver.
Recuerdo la noche de la Nochevieja del 2001 al 2002, Antonio empezó a cobrar en euros, de una forma... especial
«—¿Cuánto te debo?
—Cinco euros.
—¿Cinco euros?¿Eso cómo va a ser?
—Seis euros.
—'Joé', vale...»
Nadie pedía el libro de reclamaciones, porque Antonio te daba más de lo que pedías.
Cada vez que llevábamos a algún foráneo al bar, caía rendido bajo el hechizo del mismo llegando a protagonizar escenas esperpénticas que no se pueden, no se deben contar.
El cáncer sacó a Antonio de detrás de la barra y al tiempo lo apartó para siempre de su clientela. Al poco tiempo, encontré esto en Verdes valles, colinas rojas de Ramiro Pinilla
Y me lo recordó, mirándome y sonriendo con menos ojos que Juanito Valderrama.
Después de Antonio, Joaquín y Lorena nos devolvieron otra gran época en la que a los ingredientes ya descritos hay que sumarles las hordas de estudiantes Erasmus que aprendían el idioma en aquella barra de bar.
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También Zenet y su banda descansaban tras cada concierto en Sevilla y dejaron su impronta en las paredes: «Voy a tirar piedras al sol para ver si lo alcanzo»
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En aquellas paredes se dejaron escritos poemas, tonterías, mensajes en clave entre amantes prohibidos...
Era el Callao, nuestro Callao.
¿Cuánto hacen que lo cerraron? ¿Un siglo?
He vuelto a pasar por esa esquina de la calle Lumbreras. Sabía que lo tenían otros dueños, me habían contado que hasta habían puesto ¿una tele? Lo que no sabía era que le habían cambiado el nombre. Un escalofrío congeló mi sonrisa al ver que habían tratado de borrar el mural pintado en la esquina.
... que allí reí, bailé, gocé, saboreé, lloré... viví.
ResponderEliminar... que ya no volveré a pisarte, a verte, a olerte, a tocarte.
... que ya no quedas más que en mi mente, y en la mente de con quién te compartí.
... que no es por celos que así te guardo, bajo el recaudo de mi recuerdo.
Es porque ya nunca podré volver.
@Manu
ResponderEliminarAl final, lo has resumido mejor y más bonito.
@Clara
ResponderEliminarSólo hablé de los lugares que yo tampoco volveré a acariciar con todos los sentidos; los que me los trajiste con tus palabras, tus fotos y tus memorias.
Una de las mejores cosas de la nostalgia es cuando se comparte. Lástima que nos falte la copa de vino y el saxofonista.
Qué bonitos recuerdos! También era uno de mis garitos preferidos, Clara. Seguro que alguna vez habremos coincidido por allí.
ResponderEliminarLa verdad es que se le echa de menos.
@Daniel Martín Reina
ResponderEliminarY no hemos sabido sustituirlo, no aún.
Gracias por el comentario, Daniel.
Sólo decir que se me han saltado las lágrimas, parte de nuestra vida era El Callao, con tantos personajes, tantas historias que la gente no creería: había gente que cruzaba el Atlántico para pasar unas horas, unos días en El Callao. La de momentos que hemos vivido con la persiana de entrada ya bajada, Antonio fuera del mostrador y todos hablando, riendo: ese sitio era único y cuando cerró, los personajes que lo componían se dispersaron: faltaba el catalizador.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu clasificación preliminar (blog educación IV) en los premios Bitácoras (y por el blog, por supuesto), espero que subas muchos puestos. Te deseo mucha suerte. Nos leemos. Un saludo.
ResponderEliminarParece haber tenido una buena noche!
ResponderEliminarAcabo de votaros como Mejor Blog de Educación en los Premios Bitácoras 2011.
ResponderEliminarYo también he presentado el mío, es iPadSfera (www.ipadsfera.com) al Mejor Blog Tecnológico.
¿Nos ayudáis dándonos vuestro voto? http://bit.ly/oRHyJK
Muchísimas gracias y mucha suerte =)
Bueno poco mas se puede decir después de lo que he leido de esta vuestra nuestra taberna de sueños, amigos y clientes como vosotros hacen soñar que es posible otra taberna el callao incluso en Londres, quien sabe.... Un abrazo y dos besos bien daos .
ResponderEliminarDesde Londres con mucho cariño. JOAQUIN
@Anónimo
ResponderEliminar¡Qué alegría leer tu comentario, Joaquín!
¡Un besazo hasta Londres!
@Manuel Ajamil
ResponderEliminar¡Hecho! ;)