Me vino estos días a la cabeza un recuerdo, catalogable dentro de "Amigos que no he vuelto a ver", de un chico que hace muchos años, en 1988, me abordó en el Giralda Expreso y con el que pasé uno de los domingos más divertidos de mi vida viajando a Aranjuez en el Tren de la Fresa, con él como ayudante de maquinista. He usado esa linda historia como punto de partida para un relato de ficción en el que se han colado algunas referencias autobiográficas (casi todo lo que se refiere a Javier, aunque no sea su nombre real).
El tren de la Fresa
--¿Refresco, café, cerveza?
--¿Perdón?
--Que qué prefieres que te traiga, ¿refresco, café, cerveza?
Ella lo miraba con ojos como platos, no lo había visto acercarse a su asiento. Desde que el tren se puso en marcha, no había pestañeado ni una sola vez, absorta en el paisaje sevillano que dejaba atrás para siempre. Para siempre. ¿Sería capaz de no volver?
--Si no me dices nada, te traeré lo que yo quiera, y claro, puede que no acierte y esta relación empezará mal.
--Pero, ¿de qué hablas?--dijo Clara mientras se descubría sonriendo por primera vez después de muchos meses-- No quiero nada, de verdad, muchas gracias.
--Está bien. Tú lo has querido, espero no cagarla demasiado.
--No, de verdad, espera, que no...
Pero él ya no la estaba escuchando. Sin poder dejar de sonreír, se levantó cansinamente y lo siguió hasta el coche número cuatro.
--Te invito yo--le dijo.
--Sí, claro, ya lo dijiste tú...¡encima!-- protestó Javier, cómicamente enfadado.
El resto del viaje lo pasaron contándose historias superfluas de sus respectivas historias.
--Cuando lleguemos a Atocha tengo que salir pitando, dame tu móvil.
Clara se quedó de nuevo dudando, había pasado un rato muy divertido, era cierto, pero él era un chico demasiado joven. Ella tenía 38 y él no llegaba a los 30, ¿qué sentido tenía todo esto? Se puso muy seria de repente:
--No sé, Javier...no sé...la verdad...
--Venga, Clara, no has parado de reírte desde que nos hemos encontrado. Por cierto, tienes una muela rota. No tengo mucho tiempo libre en el colegio, pero te puedo llevar a Aranjuez en el Tren de la Fresa.
Ella volvió a arrugar toda su cara esperando que le explicara qué era eso del tren de la fresa, pero no lo hizo.
--Está bien, niña cabezota, no te insisto más. He oído de gente que fueron felices aún sin haber estado nunca en Aranjuez...
--Toma, bicho, llámame.
--Te va a encantar el palacio--le dijo mientras pellizcaba la mejilla de Clara suavemente y se bajó del tren casi antes de que éste parara.
Clara, ruborizada, se quedó sonriendo y con la mejilla ardiendo.
--¡Adiós, pelirroja!
--Adiós, elemento...
Mientras recogía sus cosas y se ponía el abrigo, seguía sonriendo y encantada. El frío de la ciudad le devolvió al mundo. Recordó de pronto la silueta recortada de él en la puerta de Santa Justa, aquella misma mañana, cuando se lo encontró por sorpresa al llegar.
--¿Te vas de verdad?
--Claro.
--Suerte.
Esa fue la despedida, esa palabra y un beso de refilón en la comisura de los labios, un beso frío, cortante como un cristal roto.
Ya estaba en Madrid. Estaba sola. Peor aún. Estaba sin él. De nuevo, el estómago se comprimió y aquel sabor amargo volvía a su boca. Sólo llevaba una maleta, no muy grande, y el maletín del portátil; subiría paseando hasta la calle del Olivar, al piso que su amiga Marta le había buscado.
--Para ya, pesado.
--No, voy a besarte en todos los números de la calle Libertad.
--Estás loco.
--Por ti, jamona.
"El olor a curry se llevará tus penas" le había prometido Marta la noche anterior en su conversación en Gtalk. Cuando ésta abrió la puerta del piso, Clara la abrazó llorando. Era un piso antiguo y feo, muy feo, pero estaba lleno de fotos preciosas que ella reconocía, eran fotos hechas por Marta. Sonaba "Hoy puede ser un gran día" de Serrat, un cuadro con una espectacular fotografía de la Pedrera presidía el saloncito, había macetitas pequeñitas recién regadas con flores azules y un post--it advertía: "Es lo único blue que permite el casero en este inmueble", en el pequeño frigorífico había cava y queso, dos de las pasiones de la nueva inquilina.
--¿Has comprado queso, cabra loca?
--Sep, y del más asqueroso y pestoso que he encontrado.
--Te odio, cabra loca. Y todas estas fiambreras ¿qué hay?
--Mi madre te da la bienvenida a la ciudad con sus especialidades más afamadas.
Aunque constantemente recibía muestras de amor, nunca se acostumbraba, se ruborizaba y se emocionaba como una niña.
--Déjate de llantos, mocosa, invítame a comer.
Almorzando en Chez Farida, se pusieron al día de los últimos detalles que Clara necesitaba para instalarse en Madrid. Pero en ningún momento mencionó a Javier, se había olvidado por completo de él. Estaba emocionada con su amiga y asustada con su cambio radical de vida. Ni siquiera tuvo un segundo para pensar en Ángel, y Marta puso mucho de su parte para que éste último no apareciera en escena.
--Te llevaré a los jardines de Irán.
--Pero yo no quiero vivir en Irán, quiero vivir en Barcelona.
--Está bien, tendremos una taberna en el Raval.
--Mejor.
--Tú pasearas voluptuosa entre los clientes, todos se enamorarán de ti. Yo escribiré poemas en una mesita en un rincón.
--¡Mentiroso! Tú estarás leyendo Microsiervos...
--Bueno, pero te escribiré poemas geeks...
A pesar de sus reticencias, le gustaba vivir en Madrid. No trabajaba, había pedido una excedencia por depresión, se pasaba los días paseando, comprando libros en una librería de la calle Ave María, donde había hecho un nuevo amigo, Íñigo; haciendo fotos con el Android con que rellenar su cuenta de Tumblr, viviendo, tratando de recordar, de no olvidar, para poder seguir sintiéndose viva.
--Cuando vayamos a Estambul...
--¿Cuándo iremos a Estambul?
--Pronto, niña impaciente.
--¿Me lo prometes?
--¿Hace falta?
--No, claro que no.
--¿Sí?
--¿Clara?
--Sí, ¿quién es?
--Soy el principe de Bekelar
--¡Jajajaja!
--¿Te has comprado algo precioso para ir este domingo al Palacio?
--Sí, una capa roja, con cuello de armiño.
--Ya hay girasoles nuevos.
--Sí, claro
--Vamos
--¿A dónde?
--A amarnos entre los girasoles.
--No, que la última vez nos pillaron.
--Vamos, jamona cobarde.
Fue uno de los días más divertidos de su vida. El Tren de la Fresa, como cabía esperar, estaba lleno de dulces jubilados. Javier, se presentó con un mono de ferroviario.
--¿Y esto?
--Te dije que te llevaría y te voy a llevar.
Clara se sentó sola en el vagón lleno de abuelitos y abuelitas, sonriendo, feliz. Javier entraba cada cierto tiempo en el vagón, y preguntaba en voz alta:
--¿Han visto alguna vez a alguna mujer más guapa?
Todos coincidían en que no, él hacía una reverencia y le besaba la mano y se iba, andando como si llevase una espada de caballero. Todo era tan irreal como absurdo, tan ridículo como maravilloso, como decía Pessoa. Pero ella disfrutaba y decidió darse otra oportunidad.
Aquella noche, Clara ya no lo escuchaba, se perdía en la mirada infantil y viva de Javier mientras él le contaba algo sobre Zenet y su banda en el Café Central.
De vuelta a casa, ella cogió su móvil para escribir algo en Twitter.
--Ya estamos, estás enganchada a ese cacharro...
--Que no, que no... --le contestó casi sin mirarlo.
Javier le arrancó el móvil de las manos y salió corriendo, cruzando la calle Atocha. Ella, riendo a carcajadas, salió tras él. Sonó en ese momento el teléfono de ella:
--¿Sí?
--¿Quién eres tú? ¿Y Clara?
--Soy un amigo.
--¿Qué amigo? ¿Qué pasa? ¿Dónde está Clara?
--No está.
--Joder, ¿qué es todo esto? ¡Dile que se ponga, por Dios!
Javier no podía hablar. Frenazos, gritos, Marta gritando en el móvil de Clara, gente corriendo hacia el lugar del atropello...la capa de armiño se había teñido con sangre de la pelirroja.
Lo reconozco, estoy enganchado a tu blog, no dejes de escribir! ;)
ResponderEliminarYa te lo he dicho, te he escuchado muchas veces la parte verídica en la que te basas y es una historia que me encanta. Lo fantástico es que con esa parte has construido un relato que me encanta doblemente, tanto la realidad como la ficción. Desde luego que afortunado es aquel que comparte la vida contigo.
ResponderEliminarOjiplática me ha dejado el final, pelirroja... Precioso el relato, la historia, tu manera de escribir... En fin, todo :)
ResponderEliminarUn besazo y gracias por estos ratos en los que me evado en tus mundos, siempre es un placer.
=)
Sorprendente, fresco y ágil. Muy buen relato. Tendré que seguirte.
ResponderEliminarUn relato vivo para un final blues. Precioso. Definitivamente: cada vez escribes mejor. Sigue.
ResponderEliminarAños más tarde Clara seguía sonriendo en aquel vagón del tren de la Fresa, paseándose ruidosamente por la locomotora y haciendo sonar la campana mientras entonaba una canción que hablaba de un tal Mediterraneo.
ResponderEliminarEl accidente no se la llevó al otro mundo y se recuperó meses más tarde. O al menos todo eso pensaba recurrentemente Javier desde su habitación número 17 del Nuestra Señora del Rosario.
Vaya...un final impactante...me ha gustado mucho...
ResponderEliminarPor cierto soy Perfida
Un saludo coleguita
Me hiciste viajar en se tren . Eres la maga de las palabras.
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